Violencia sexual versus Violencia
de Género
Entendemos con demasiada
frecuencia que la sumisión de las mujeres a los hombres, impuesta por el
patriarcado, deviene de la natural aceptación por las mujeres de la
superioridad masculina, especialmente cuando de sexualidad se trata. Es en la
violencia sexual donde más se nos requiere el “voluntario consentimiento”, tan
cacareado por el viciado concepto de la libertad para decidir, olvidando que la
coacción se aplica en múltiples formas: física, emocional o psicológica, cuando
la víctima se rebela a los requerimientos sexuales de quien se considera su
dueño y señor. Tanto si quiere como si no quiere, el abusador reclama a su
objeto de deseo la satisfacción personal y única como derecho tanto por su
naturaleza biológica como por la superioridad de su condición masculina.
Así nos educan a las mujeres
desde que nacemos, definiéndonos la cultura patriarcal, ancestral y hegemónica,
como opuestas y contrarias a la superioridad de los hombres, un segundo sexo al
que considera débil, secundario, sumiso por naturaleza, infantil, voluble,
emocional y desde luego inferior. Todas esas lindezas del género femenino
creado a su medida y conveniencia, son el reverso del considerado género
masculino, al que el patriarcado adorna de virtudes tales como la fuerza, la
valentía, la entereza, la inteligencia, la racionalidad y, como no, la
superioridad moral, física e intelectual del nacido varón, un sexo biológico superior
per sé.
La lucha feminista ha
logrado en las sociedades modernas, abiertas y occidentales que ninguna ley exija
a las mujeres obedecer al marido o acceder a requerimientos sexuales de los
varones, sean o no sus parejas, pero hemos de recordar que en España, hasta no
hace tanto tiempo, la relación sexual en el matrimonio era obligación marital, eximiendo
al marido de delito por violación si la mujer fuese forzada, haciendo uso de su
derecho conyugal. Hoy en todas las disciplinas científicas se ha demostrado que
nuestra naturaleza no nos exige actuar con violencia ante el deseo sexual. El
feminismo tenía razón. La
biología masculina no obliga a violar. Ni la naturaleza femenina obliga a
aceptar lo que no se desea. Son, por tanto, las imposiciones
patriarcales del género las que instruyen a los hombres en comportamientos
violentos y no su sexo quien les hace caer en irremisible incontinencia ante su
propia satisfacción sexual. De igual modo, es la imposición patriarcal al
género femenino la causa de que las mujeres seamos adiestradas en la sumisión
mediante múltiples formas de educación alienante, a fin de que aceptemos, por
las buenas o por las malas, aquello que se nos impone.
De tal modo ha sido y sigue siendo poderoso el patriarcado que,
aún sin leyes normativas, sabemos las mujeres por experiencia personal, social
o histórica que la violencia en su máximo exponente patriarcal es la
violencia sexual de los varones, sabemos que dicha violencia sigue
funcionando y persiste en todas las sociedades, aun en las más avanzadas y
supuestamente democráticas. Es tal la interiorización profunda, cultural y
emocional de los valores patriarcales que el consentimiento para las mujeres
se traduce en el derecho a la imposición para los hombres. Tal distorsión aberrante del consentimiento y
la libertad supone que para acabar con las agresiones sexuales y/o misóginas habrá
de ser cambiada de raíz la educación emocional inculcada por el patriarcado,
tanto a unos como a otras. El hombre, también el hombre actual, ha sido y sigue
siendo adiestrado para conseguir su placer sexual por encima de cualquier
oposición, aunque a veces suponga abuso y crueldad hacia la mujer porque la concibe
inferior, objeto de deseo, instrumento de placer y no persona con deseo ni
voluntad diferente a la suya.
El aprendizaje y
adiestramiento de los varones hoy se realiza, sobre todo, a través de la
pornografía, donde la cosificación de las mujeres se convierte en paradigma de
la sexualidad moderna. Los consumidores de pornografía, a fuerza de normalizar
la violencia, no ven seres humanos en quienes utilizan para su placer, ya sean
mujeres, niñas o niños, de manera que también la infancia es objeto de abusos
inconcebibles con el único fin de la satisfacción sexual del abusador, consumidores
amparados por una ideología patriarcal y autocrática que abarca todas las creencias
religiosas e ideologías políticas y que les hace inmutables ante el sufrimiento
de otras personas. No hay que preguntarse por qué las mujeres acceden y
consienten tan degradantes prácticas sexuales, sino preguntarse por qué esos
hombres sienten placer humillando y ejerciendo su dominio sobre seres
indefensos que sólo sienten asco y horror hacia ellos. Es muy lamentable
comprobar como creyentes o ateos, progresistas o
conservadores comparten conductas sexuales machistas y violentas, siendo la
industria pornográfica y la prostitución el máximo exponente de tan buen
entendimiento. La industria del sexo, fuente de esclavitud y tráfico de
personas está en el ranking de las mayores del mundo, junto al tráfico de armas
y de estupefacientes, nadie puede pensar que se sostiene sin una abrumadora
sociedad clientelar de consumidores que pagan por sexo, el verdadero objeto del
mercado. Sin duda los clientes, hombres en su mayoría, han de reflexionar si es
bueno para sí mismos ser consentidores y cómplices de su propia degradación
moral como seres humanos.
Sabemos que la inmensa
mayoría de las mujeres continúan sujetas a su educación, inmersas en la
pobreza, necesitadas de autonomía económica y vencidas por la realidad tozuda
que impide su emancipación. Por eso consienten, asienten “voluntariamente” y hacen
uso de “su libertad bajo coacción” sin que puedan evitarlo. Desde el
feminismo también sabemos que sólo la coeducación puede cambiar nuestras mentes,
apoyada por leyes eficaces y protectoras de los derechos de las víctimas de
violencia machista. Es necesaria una ley abolicionista de la prostitución para
que tanto hombres como mujeres puedan modificar la realidad donde el abuso y la
violencia sexual es la raíz de la desigualdad más profunda. Sin duda reclamamos
a las instituciones que sean corregidas las habituales negligencias y
desaciertos que reducen los recursos para la coeducación o los aplican
indebidamente. Ambas tareas pendientes, coeducación y abolición de la
prostitución, son urgentes para lograr una sociedad que aspira a ser abierta,
democrática y feminista.
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